“Guacimeta, 11 de noviembre. Estoy en el aeropuerto, a punto de marcharme. Esta vez, me voy de casa”

Hace más de un año que hablaba así de la isla y del impacto que ha causado a miles de personas que, como yo, fuimos acogidas por su embrujo cautivador. El título fue escrito en el propio aeropuerto y en esa ocasión sentía que las cosas habían cambiado...


Han pasado unos pocos años para que Lanzarote, como una madre acogedora, abra sus entrañas para engullirme y reconvertirme, así, en conejera de adopción. Pero no soy la única, a lo largo de su historia, y especialmente durante el último siglo, la isla ha ejercido como un imán sobre los espíritus abiertos, creativos o noveleros (como es mi caso). ¿Cual puede ser su magia? He contado con la oportunidad de preguntárselo a personas que, de diferentes procedencias, tomaron en su día la decisión de quedarse. (Era un puro engaño. En realidad la isla les escogió a ellos). Conocí a Daniel, que la soñó, de chico y sin saberlo, en sus pesadillas madrileñas. Vió las montañas negras atravesadas por el asfalto. Cuando vino por primera vez, supo que aquello era La Geria y resolvió que aquí viviría. Luego Sol, como muchos otros, se impactó con su luz. Me la definió como una “luz descarada”. Algunos vinieron a pasar un fin de semana, unas vacaciones cortitas, y eso, les cambió la vida. Otros, la demanda de trabajo les puso rumbo a ese encantamiento definitivo que a veces se produce cuando dos seres se encuentran. María José la vió por primera vez desde el avión. ¡La mancha era marrón y las casas estaban aplastadas! Pero conoció el rincón del “Aguarecío” y firmó un pacto eterno con Famara. Judith, tras residir en Londres encontró la luna en el Volcán del Cuervo. Víctor, que vino siendo niño, se hizo ciclista para hacer la subida a Tabayesco y descubrir, en cada nuevo viaje, la explosión cambiante de su paisaje. A Ana enseguida le encantaron las distancias cortas y bañarse en Arrieta o Caleta Caballo. Carlos descubrió pronto los baritos de siempre donde comer garbanzas con buen vino casero. Recuerdo las excursiones a Femés para ver, en días buenos y desde su enclave histórico y privilegiado, la explanada de Playa Blanca con la vieja y querida Fuerteventura al fondo, pero tan cerca… Hacia el norte, el palmeral de Haría, que desemboca en una plaza deliciosa. La visión de La Graciosa y los islotes nos enseña el verdadero concepto de isla, mostrando todos sus contornos. Nacer en un lugar como este es circunstancial. Sólo pertenece a nuestra decisión permanecer en él, aún con el viento en contra. Pero para que el ensamblaje sea perfecto, no vasta con enamorarse del entorno, tienes que ser uno más, compartir sentimientos. Sus gentes, garantes de conservar su genuinidad, deben sentirse alentadas por quienes, como yo, también se lamentan ante el peligro de ir perdiendo su esencia. César Manrique entendió enseguida toda su belleza potencial y se sintió orgulloso de mostrarla al mundo. Pero la isla no es sólo su maravilloso paisaje natural, tiene también una vida interna que bulle, que trabaja, que ensucia, que demanda… Es el Lanzarote OFF. Daniel se sintió perdido y asustado ante la fealdad de las zonas industriales, Sol tuvo que luchar duro para encontrar trabajo, María José no entendía la falta de sombras en los parques, Judith rechazó la vetusta zona turística en donde no hablan español, Víctor sigue pedaleando mientras sortea cientos de coches porque le cuesta coger la guagua, Ana nunca ha probado las aguas del Charco, Carlos se queja siempre de los precios en el súper…De todos depende encontrar el equilibrio entre el regalo hermoso de la naturaleza y nuestro desarrollo en esta sociedad moderna, estresada y especialmente interesada por todo lo que da el dinero, que es mucho, aunque sigue siendo impagable ver, en estas tardes de otoño, las impresionantes puestas de sol. Cuando vine a Lanzarote por primera vez, me hice arrecifeña por motivos de residencia. La ciudad, ya lo saben, aún no se ha convertido en el cisne que espero que sea, así que me mostró su cara menos amable. Pero se produjo el flechazo. Quien lo ha llevado toda su vida en las retinas no habrá podido sentir la emoción de descubrir el corazón de Arrecife: el Charco de San Ginés. Vale que quizás perdió el encanto de antaño, pero a mí me pareció precioso. Lo frecuento a menudo. De día, con sus cambios de mareas y sus barcos siempre arreglados. De noche, dejándome envolver por el bullicio y las estrellas, sin nada de coches. Allí seguro que hay magia, pero también desidias políticas que olvidan insuflar sangre para que sus latidos oxigenen el espacio que han olvidado querer. Pero ésto habría que dejarlo para otra reflexión…


Nuria Magrans para Mass Cultura Noviembre 2007

Comentarios

Entradas populares de este blog

TEGUISE, MON AMOUR

rosa rosae: mi primera declinación