rosa rosae: mi primera declinación

Las alcantarillas de los sentimientos...  En ellas se mezclan todos los desechos, todo lo secreto, la destilación misma de nuestra esencia. En ese submundo estoy, buscando respuestas. Parece mentira, mi madre ya no está y ahora me espera y me vigila a través del visillo de mis propios recuerdos...



Me sabe mal que no me viera cumplir los 50 años, que no me viera reincorporarme a mi oficio de la comunicación y que heredé con tanta constancia, que no viera a mis hijos en la universidad y que no viera mis bodas de plata. Eso, a ella, no le importaba. Siempre deseaba verme guapa, pintada, sonriendo. Me sabia querida, y eso le bastaba.


Mi madre olvidó con su Alzheimer las devastadoras consecuencias de la crisis actual, aunque siempre estuvo ajena, conscientemente,  a las circunstancias políticas y económicas que le tocó en suerte a lo largo de sus muchos años. Rió y se deprimió a partes iguales durante la dictadura y también en la democracia, en ella prevalecían los sentimientos a las ideas, sentimientos que desarrolló con la cama y la comida garantizadas.


Me dijo te quiero siempre, y era verdad. Tantas veces que sería imposible contarlas. Todo empezó cuando llegué despierta, sana, erguida, con ojos de comerme el mundo. Cumplí su sueño de la maternidad, tanto tiempo postergado, y le generé pocas decepciones. Lo entendí nítidamente cuando yo misma le hice abuela por primera vez. Fue cuando sentí con intensidad su cercanía y su ayuda.



Le gustaba tocar el piano sin partitura, hacer trampas en los juegos de mesa, los hombres machotes, pintarse las uñas, gastar bromas el día de los Inocentes, comprar y empaquetar regalos para todos, sentirnos cantar y bailar, hacer crucigramas y sopa de letras... Me gustaba verla arreglarse, con  qué elegancia combinaba su ropa, su peculiar forma de maquillarse. Me gustaban sus expresiones canarias que ahora tanto imito, sus relaciones consideradas con la familia, con el amigo, con el vecino. Su sentido práctico, su habilidad manual, su enorme feminidad...No me gustaron sus miedos que aun pesan como una losa sobre todos nosotros.


Ternura... Yo sin mi mamita. Hace tiempo que aprendí a caminar sola, pero siento vivo el calor de las manos de mis padres. Ya se que en la lotería de la existencia te puede pasar de todo y uno debe adaptarse, pero es que yo tuve una infancia feliz, rodeada de amor y de autoestima, y eso es un premio gordo que estoy rentabilizando. Gracias, por todo...





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