literatura para no olvidar . Degustando a Saramago

Esta fue una de mis primeras colaboraciones en Mass Cultura. Como no podía ser de otra manera, dedicaron un número al gran literato residente en nuestra isla. Yo me dejé llevar por mi gusto por la lectura y, en especial, por algunos de sus libros. Nació el mismo día que mi padre, me recuerda tanto a él...








"Solo tenía a una preciosa niña de un año que complacía mis días cuando conocí, a través del periódico que durante años he leído con curiosidad e interés, la noticia de la concesión del premio Nobel de literatura a un escritor portugués llamado José Saramago. Como entonces contaba con el privilegio de degustar con tiempo del placer de la lectura minuciosa, leí en la calma de mi casa su discurso de aceptación del premio con que le honraban los jurados internacionales más cualificados. Enseguida me cautivó. Comenzó por el principio, como debe ser. Por el origen de cada uno de nosotros, eso que nos define para siempre, por mucho que a lo largo de la vida nos empeñemos en disfrazarnos para parecer lo que no somos. Habló de la aldea portuguesa en la que nació, justo el mismo año que el tronco que dio mi rama, es decir, mi padre. Puso los pies descalzos en la casa humilde de sus abuelos, analfabetos y sabios, y supo que allí estarían siempre sus raíces. Me transmitió con el arte de sus palabras bien engarzadas el secreto de la vida: imbricarnos en la naturaleza hasta ser un engranaje más, la pura supervivencia. Cuando hacía mucho frío, la familia dormía, arropados en el mismo camastro, con los lechones de la granja. El abuelo le contaba historias antiguas mientras intentaban dormir mirando a las estrellas, a través de un cielo que en aquella época estaba mucho menos contaminado. Ahí, nos cuenta Don José, se despierta en él su primera y mejor admiración, no encontrando a nadie más digno para elevar a los altares. ¡Qué extraña combinación ésta de la admiración humana! Es un sentimiento tan noble, tan cercano al amor, y … tan igualitario. Aunque depende de lo que tenemos en muchas ocasiones, la admiración más pura parte también de lo que somos. No importa la dignidad que te otorguen sino la dignidad con la que te conduces ante lo que la vida te ofrece, bueno o malo. Admiró mucho, también, a la abuela anciana que sentada en el porche de su casa (tan humilde, tan humana) sentenció mientras contemplaba el milagro de la noche estrellada:”El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir”. Saramago nos recuerda a los lectores que no dijo “miedo de morir” sino que, a pesar de tener pocos motivos para estar agradecida ante las dificultades que le había deparado su existencia, era una pena tener que decir adiós para siempre. Levantarse cada mañana y seguir siendo uno, libre y simple, ya merece que degustemos las pequeñas cosas que, a veces sin saberlo, están siempre a nuestro alrededor. Esta historia con la que abría su discurso oficial volvió a ser contada en sus “Pequeñas memorias”, una delicia de relato escrita más por el niño que fue que por el literato octogenario que puso la mano (imagino que en estos tiempos habrá sido sobre el teclado de un ordenador). Dicen que a medida que uno va envejeciendo, nuestra memoria regresa con viveza a esos primeros años donde, no siendo nada, todo tiene “sentidos”. Y digo sentidos porque es a través de ellos (el gusto, el oído, el olfato, el tacto, la vista…) cómo vamos descubriendo nuestra relación con el espacio vital que nos toca en suerte. José Saramago decidió convertir a estos abuelos reales en personajes literarios ya que ésa era, probablemente, la manera de no olvidarlos. Así, recordó en su texto a todos los siguientes personajes que le habían acompañado a lo largo de su intensa trayectoria como escritor hasta encontrarse en Suecia con el mayor reconocimiento mundial al que puede aspirar alguien que practica su oficio ( a lo mejor, el único importante es compartir con quien lee tus libros la emoción de encontrar respuestas, de compartir ideario). De esta forma, llegaron hasta mí algunas de sus obras, por ejemplo, nada me abrió tanto los ojos como “Ensayo sobre la Ceguera”. Después, seguí sus reflexiones (valientes y por tanto controvertidas) sobre este mundo imperfecto que no hemos logrado arreglar. Recuerdo haber leído un titular en el que aseveraba algo así como : “ Dejarán de haber conflictos cuando todos en el planeta seamos mestizos”. Es lo mismo que cuando las personas perfeccionistas luchan muchos años por ser los mejores, hasta que descubren que lo verdadero se encuentra en el equilibrio. Un mundo sin extremos, sin blancos ni negros, sin razas, sin etnias, todos mezclados y ya sin problemas de supremacía. Y así, al vernos todos iguales, de origen desconocido pero con la sangre común bien roja, nos dedicaremos a respetar las normas y a respetarnos a nosotros mismos. Me pareció que por ahí andaba una de las formas de hacer realidad la utopía. Ya ven, los caminos de la vida me hacen coincidir en Lanzarote con el hombre al que he seguido leyendo (seguramente no todo lo que debería). Sólo compartimos los vientos alisios, el sol intenso y alegre, la negrura volcánica, el mar azul, sólo sé que muchas veces duerme aquí, pero me gusta imaginar que lo hace plácidamente para que al día siguiente, casi tan sabio ya como su abuelo Jerónimo, vuelva a contar historias bien pensadas."

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