El vaso de nocilla

No recordaba este texto. Fue mi colaboración para el número dedicado al medio ambiente. Pensé que se trataba de gestos individuales que podrían desencadenar el efecto mariposa...



En mi medio, no estaba el ambiente contaminado.Cuando empezé a crecer, todavía veíamos el mar a través del balcón, antes de la invasión de cemento que llenó de altos edificios los arenales del istmo. Los coches aparcaban en la puerta porque había sitio de sobra para todos y recuerdo los parques más frondosos con animales singulares formando parte de nuestro paisaje cotidiano.Nací en la cultura del ahorro, en la contención propia de una sociedad que comenzaba a despertar tímidamente hacia el consuno que más tarde sería desaforado, pero que de momento tenía grabada a fuego las carencias que generó la guerra fraticida y la falta de aperturismo del régimen. Así que en casa, nada se desperdiciaba. Ibamos al mercado con nuestras propias bolsas, y los cartones de huevos eran de ida y vuelta.Nuestras basuras no se llenaban de envases como ahora y muchos recordarán cómo aprovechábamos las cajas de madera de la conserva de guayaba para hacernos lapiceros o cómo bebíamos encantandos en los vasos de Nocilla.Recetas como las croquetas o la ropa vieja formaban parte de los menús reciclados porque entonces no se tiraba nada, y si se usaba una yemita para adornarla con gofio y azúcar, la clara se montaba para coronar unas natillas caseras. El costurero siempre estaba a mano para surzir un calcetín o para estirar los pantalones hasta el infinito y con la lana sobrante de hacer jerseys se hacian mantas multicolores que aun no han igualado en confort a las que encuentras en los grandes almacenes. Pero, sin duda, de todos los posibles,el ahorro del agua era sagrado Ni una gota de más,para no tener ni una de menos. Los grifos se abrían lojusto, y para beber, siempre agua embotellada (el envase era de cristal que iba y venía, tras el enjuague, de domicilio en domicilio).


No sé cuando ni cómo ocurrió, pero lo cierto es que el ambiente se fue haciendo insostenible. Las islas, antes hechas de escasez y esfuerzo, fueron descubridoras de las posibilidades del dinero, que entraba a raudales para comprar nuestro seguro de sol, nuestras playas y nuestras peculiaridades. Muchos de los que emigraron volvieron y nos convertimos en destino de mano de obra internacional.No había calita que no se aprovechara para reconvertirla en paseo marítimo lleno de establecimientos iguales que ofrecian de todo menos lo nuestro, lo genuino. Al pratrimonio etnográfico se le faltó al respeto, se desatendieron los modos de vida tradicionales junto con las industrias derivadas del sector primario y se derrochó el agua como si fuera infinita, bajando la vista cuando pasamos cerca de las chimeneas que escupen los resto del combustible que necesitamos en abundancia para potabilizarla.

Pero ahora es distinto. Mientras estábamos obnubilados gastando, tirando y construyendo, nos olvidamos de aplicar la política para el desarrollo sostenible, y así nos va. Nos apuntamos tarde para obtener la energia de la naturaleza, y se impone la cultura del reciclaje porque la basura nos desborda incontrolada...

Ahora, con tanta incertidumbre, reflexiono sobre como podrían cambiar las cosas:¿Quizás tener menos para poder aspirar a más? Podríamos empezar ya desde casa.

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