La fragilidad de la memoria

Ahora toca romances marineros. Este fue el encargo de Mass Cultura para el mes de Enero y para mi fue un placer, una vez más, charlar con Trapero y aprender de lo nuestro. ¡Bendita curiosidad que me acompaña siempre!



“El veintiocho de enero del año cincuenta y cinco
salió un barquillo a la pesca con cuatro pobres marinos.
Llegaron a La Alegranza, que era su punto destinado,
sin saber lo que la mar les tenía reservado.
Echaron el arte al agua; cuando fueron a levar vinieron olas furiosas queriéndolos sepultar”

*Fragmento de un romance vinculado a tragedias marineras narrado por una vecina de Tinajo y recogido en el “Romancero General de Lanzarote” de Maximiano Trapero, editado por la FCM


Llega el mediodía. Pongo el Telediario. Ahora mi aldea es global. Aparecen informaciones en directo de todas partes del planeta y la sensación, a veces, es catastrófica. Mi madre dice: “antes no pasaban esas cosas” y le recuerdo la fragilidad de los recuerdos que se empeñan en suavizar lo vivido aferrándose al micro- mundo construido a base de carencias sustituidas por una febril imaginación. Así, desde siempre, los humanos inventamos la fórmula de transmisión de historias aprovechando nuestra curiosidad innata y el consuelo que dan muchas veces las desgracias ajenas. Para los que no sabían leer ni escribir, que eran la gran mayoría, la naturaleza les dotó de un ordenador personal instalado en el cerebro, es decir, la memoria, que permitió que el acontecer diario se convirtiera en Romance, un registro literario con 7 siglos de antigüedad, anónimo y de tradición oral. Casi como definición de libro me lo explicó quien más se ha pateado el Archipiélago recolectando y salvando para la posteridad esos versos que se cantaban dando una “tonadita” durante las tareas colectivas y que sobrevivieron de generación en generación (Aquí las mujeres tuvieron un papel preponderante). Maximiano Trapero, catedrático de Filología Hispánica de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y autor del “Romancero General de Lanzarote”, confirma lo que ya sabíamos, nuestra estrecha vinculación con el mar. Quisimos ahondar más sobre la serie de romances locales de temática marinera que circulaban por la isla, y supimos que todas estaban relacionadas con las desgracias que se cebaban en los muchos hombres y barcos que ensalitraron su vida para lograr poco más que el sustento diario. Salir a la mar era duro, muy duro, así que volcaban todo su fervor religioso en resurgir indemnes de la prueba. Pero las aguas también traían a visitantes indeseados, piratas berberiscos que gustaban del saqueo, como aquel que robó nada menos que a la imagen de la patrona de Teguise, la Virgen de Guadalupe. Enfurecido le dió un tajo en la cabeza hasta que se produjo el milagro, reflejado naturalmente en las leyendas locales. El romancero sirvió como correa de transmisión no sólo de hechos ocurridos expresamente en la isla de Lanzarote, donde por cierto, la comunicación era relativamente fácil por su carencia de dificultades orográficas, sino que trajo avatares lejanos convirtiéndose en el noticiero moderno, eso sí, con un mucho de retraso. Los lanzaroteños supieron, por ejemplo, del hundimiento del Titanic y aprendieron a recitar los detalles del último trágico viaje del “Valbanera , barco lleno de emigrantes canarios hacia La Habana y que causó una gran conmoción en toda Canarias.
Trapero encontró material genuino en los pliegos de cordel, que abundaban en la isla ya desde el siglo XVIII por el trasiego de idas y venidas que suponía el comercio marítimo, nuestra situación estratégica entre Europa, África y América y el boom de nuestra agricultura de secano. Se trataba de hojas volanderas o dobladas que contenían noticias escritas siempre en verso y que relataban, como no, con todo lujo de detalles, hechos acontecidos a miles de kilómetros de distancia.”La explosión del Machichaco”, un buque que se incendió en Santander en 1950, fue rememorada en Lanzarote y así nos sentíamos más hermanos al comprobar que en todas partes “cuecen habas”. Eran como el parte de sucesos que se adquiría a los “cieguitos” a cambio de algunos reales, pero también venían en las alforjas de cantores ambulantes andaluces, y muchos fueron traídos desde la Península por soldados conejeros que regresaban del servicio militar o de la Guerra Civil. Tal es así, que en aquellos años la palabra romance llegó a designar a cualquier papel impreso que tuviera versos.
Las cosas han cambiado. En primer lugar hemos borrado casi todo el rastro de nuestro pasado marinero y es a través de la tecnología, que adormece nuestra memoria, cómo seguimos siendo partícipes del mal ajeno. Pero el autor de este Romancero General nos anuncia que el género aún sigue vivo. Ha sido durante las últimas décadas cuando se han podido recoger cientos de romances en Lanzarote de forma muy notoria. Personas que van desapareciendo y que ojalá hayan penetrado bien en el subconsciente íntimo y colectivo de sus nietos. Un recuerdo muy especial para las mujeres de Haría que mantuvieron activas sus almas y sus neuronas traspasando esas crónicas mientras bordaban rosetas.

Nuria Magrans para Mass Cultura Diciembre 2009

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