NO HAY BAR PÁ TANTA GENTE

Se trata, naturalmente, del Tambo. Mass Cultura quiso hacer un especial dedicado a los locales mas interesantes de la isla. En mi caso, este barito me ha dado muchos momentos inolvidables (o quizás sí, dependiendo del número de cubatas). Además, Checha es un amigo, así como sus clientes, que me contaron muchas anéctodas, algunas impublicables.



"Allí, al relente, en la esquina del Tambo, todos parecemos felices. Checha se afana en cuidarnos para que los más pesados, nos portemos bien. Muchos de nosotros nos conocemos y a otros los incorporo a los recuerdos de mi epidermis tras un buen rato de estar piel con piel. Ese sería definitivamente uno de sus encantos: sus escasos metros cuadrados, que aglutinan a personas encantadas de verse.

 Es, sin duda, el Tambo, con nombre de chiringuito uruguayo, un inequívoco punto de encuentro para gentes que comparten generación, gusto musical e inquietudes artísticas, pero también es visitado por los que están de paso. Eso incluye a no pocos actores y músicos que descubrieron en él la magia de la noche arrecifeña. Antológica la fiesta con los Ketama (tras su concierto en el parque Islas Canarias, cerraron el bar). Por supuesto, Penélope y Goya, Jorge Sanz, Celtas Cortos… Y la trouppe al completo de “Los abrazos rotos” mientras rodaba en la isla

. Esto es, de alguna forma, turismo de verdad. Se alejan de los tópicos para intuir el pulso de parte de la sociedad lanzaroteña que trabaja y disfruta en la línea de otras ciudades de España y de Europa. Por eso la música está especialmente cuidada, ofreciendo además durante mucho tiempo conciertos en directo y con los años, el Tambo se ha convertido en una de las galerías de arte más rentables. Puedes quedarte absorto con un cuadro mientras te bebes un cubata. Prácticamente, todo lo que se exhibe, se vende.

 El éxito está impregnado en el alma de los Matallana. Empezaron reuniendo a los amigos, a finales de los 80, en el “Barroko”, un proyecto de Fisco y Fello que innovó la estética de lo tradicional instalando psicodélicos neones y haciendo sonar, por primera vez, música House en el local. Cuando fue inaugurado, los hermanos esperaban con impaciencia la reacción del tío César. Estaba César Manrique, acompañado por Pepe Dámaso y el crítico Zaya. No tuvo dudas. Dijo: “mis sobrinos son más artistas que yo”.

 Fue durante los carnavales del año 95 cuando el menor de ellos, Checha (César) Matallana inicia la aventura de convertir al Tambo en algo más que un bar. El reencuentro, que se repite cada nuevo fin de semana, comienza el jueves, día propicio para los que quieren saltarse antes la rutina. Ya la frase es típica: “Si no hay nadie en el Tambo, es que no hay gente en la calle”.

Hombres y mujeres solitarios, parejas estables, conejeros y guiris, compañeros de trabajo y hasta políticos locales relajando las emociones y dejándose llevar por el ritmo mientras nos miramos de cerca. Si hace falta, especialmente cuando las mascaritas se empeñan en alegrar Febrero, el local se prolonga hasta la estrecha calle y el viruje nos anima a entablar la siguiente conversación.

 Mítica también la estrechez de sus baños. Fue sin duda un placer durante una buena temporada ver orinar a los chicos de espalda porque no había sitio para cerrar la puerta. El Tambo, cuna de la modernidad insular, se renueva siempre con las siguientes generaciones y con nuevas propuestas pero estarán conmigo que en el fondo es, en esencia, todo un clásico."

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