La mala educación

Aprovecho el tiempo y rescato textos. Este se publicó hace poco más de un año en Mass Cultura en el número dedicado a la educación. Empieza Septiembre y con el mes, el nuevo curso escolar, lleno de espectativas y seguro que también de decepciones





“Ya no se que hacer, verdaderamente no puedo con él. He pensado muchas veces en qué me he equivocado, y no encuentro la respuesta. Seguí los pasos correctos: cuidé con mimo mi embarazo, asistí a cursillos de preparación al parto, me suscribí a las revistas especializadas y quizá lo más importante fue que lo deseé con toda el alma, y es que en aquellos años pensaba que mi vida estuvo preparándose sólo para esa aventura. Decidí que tenía que hacerlo bien, dedicarle todo mi tiempo y corregir los errores de mis padres. Por eso, comenzaron las visitas metódicas al pediatra, los juguetes de estimulación temprana, los paseos diarios, el contacto constante con los abuelos y tíos, y mis palabras. Desde que llegó a mí, nunca dejé de hablarle”.
Creía y creo en el poder del diálogo. Es la única arma que conozco para resolver diferencias. Con ella podemos intuir lo que piensa o siente el otro, transmitir conocimientos precisos, compartir experiencias, pero también herir de muerte con el desprecio o el insulto. Sin embargo, está tan perfeccionada, que nos ofrece el cartucho del perdón y del amor.
Y así, entre tiempo, amor y palabras fue creciendo en una sociedad consentidora. Exceso de regalos, exceso de preguntas, exceso de publicidad, ¿exceso de derechos ó escasez de deberes?, exceso de televisión manipulada, sólo para vender…
Son los excesos de todos, de ser más guapos, de llenar nuestras casas y nuestras neveras, de ser más competitivos, en definitiva, de seguir el juego a la abundancia adinerada que nos atonta mientras consumimos sin cesar, sin tiempo ni ganas de saber lo injusto del reparto de recursos que desequilibran a nuestro favor el único planeta en el que todos vivimos.
Siempre busqué ayuda en la escuela. Y la encontré, a pesar de todo. No concibo la docencia sin el ingrediente esencial de la vocación. Esto hará que puedan influir en el desarrollo mental y emocional de nuestros hijos, tal y como lo hicieron con nosotros mismos. La capacidad de poder individualizar cada caso, cada cerebro, cada espíritu, permite que el aprendizaje se personalice, mientras fluye el conocimiento que va llenando, a ritmo de cada cual, la base de datos que servirá como herramienta utilísima en la misión de hacer de éste un mundo mejor. Pero con el arte de educar coexisten los desánimos, la falta de formación, los presupuestos y las leyes. Profesores desmotivados por pasarse años sin puesto fijo, otros se convierten en funcionarios hastiados que miran hacia otro lado, muchos emplean gran cantidad de tiempo peleando con la administración para conseguir las inversiones que nunca son suficientes mientras que los índices de fracaso escolar nos sonrojan a todos, precisamente cuando nuestras leyes educativas se adoptan siguiendo las directrices europeas. Mantener un sistema público de enseñanza consiste en invertir mucho dinero pero si se hace con sentido común y con criterios de calidad en realidad saldrá rentable.
La verdad es que a veces, con ganas de implicarme y buscando ayuda con mi hijo indomable, me sentí muy sola. Quizás los padres hemos olvidado la capacidad de sacrificio que supone la constancia y sobre todo dar ejemplo nosotros como individuos y la sociedad formada por todos en la que prima “parecer” más que “ser”.
El me dijo recientemente al guardar su boletín de notas que si me gustaba coleccionar las decepciones, pero la decepción es un sentimiento que no tiene cabida en el corazón de una madre luchadora porque nos impide seguir intentándolo. A lo mejor ahí está la fuerza del cambio…

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