La sed interminable

¡Como no iba a dedicar la revista un monográfico sobre la cultura del agua en Lanzarote! Fue hace casi dos años cuando se me ocurrió recrear el cambio brutal entre una generación a otra con la llegada de la primera potabilizadora. Pasaron de los máximos apuros al derroche en sólo unos años. Sigue habiendo sed de ideas sostenibles. Todo se andará...


"Gregorio se levantó pronto, tan pronto que le ganó la partida al día. Tenía que refrescarse la cara, enfundarse el gastado cachorro y ponerse las alpargatas que aguantaban faenas de 10 horas a la intemperie. Le ponía los aparejos a la camella y con la fresca, bajaba a las tierras para extirparle el sustento de toda su familia, aunque la tierra no era de él. Pertenecía a unos señores de Tenerife, que recibían puntualmente los beneficios del trabajo y del ingenio de Gregorio, al que le quedaba lo mínimo para matar el hambre y sobrevivir entre el analfabetismo general de la población y la intransigencia religiosa de la época.

 Pero estos no eran sus únicos impedimentos, su casa estaba en una isla que llevaba siglos padeciendo una sed crónica. En Lanzarote no llovía, o lo hacía escasamente, y habían dos opciones : no comer ó poner en marcha todo el potencial humano que ha logrado convertirnos en la civilización que somos. Y eso hicieron los lanzaroteños.

 Construyeron todo un sistema de acogidas de agua dulce y llenaron los campos de aljibes, maretas, pozos, gavias… Descubrieron el poder de la piedra volcánica, una piedra que tras las recientes erupciones de Timanfaya llenaron hectáreas de terrenos destinados al cultivo de cereales y que se convirtió en la protección de la poca humedad de la tierra. Los arenados acogieron con éxito a las batatas y a las cebollas y transformaron la Geria en paisaje único en el mundo. Sus productos se exportaban a otras islas y a algunos países del extranjero que enseguida apreciaron la calidad de la agricultura tradicional y de secano.

 Pero volvamos con nuestro Gregorio que, mientras trabajaba duro como sus antepasados, tenía a su compañera Dolores como garante de la supervivencia de sus numerosos hijos y de él mismo. Ella paría y cocinaba, ayudaba en la labranza, remendaba y albeaba. Todavía tenía tiempo de ofrecer cariñosas sonrisas y de poner algún beso en las mejillas. La carestía de agua no era una circunstancia, formaba parte de la realidad de las cosas. Mucha entraba en los barcos-aljibes a través del puerto de Arrecife. Las mujeres bajaban caminando con sus barricas y el fonil para después volver ya, cargadas de agua, colocadas en la cabeza y haciendo equilibrios imposibles, a abastecer las necesidades mínimas de la familia.

 Allí se aprovechaba hasta el agua del sancocho. La ropa, como pueden imaginar, se lavaba poco y para eso la remojaban muchas veces en la marea, bendita agua de mar que sólo unos años más tarde les cambiaría la vida por completo, al propiciar, tras su desalación, el desarrollo sin precedentes de la isla, ahora, tan derrochona…

Carol estaba emocionada en el avión que la traía junto con otros compatriotas. Le habían prometido buenas temperaturas, mucha tranquilidad, un paisaje singular y gente sencilla y amable. Cuando aterrizó en Guacimeta, le agradó la pequeña terminal blanca, pero estaba deseando llegar hasta su apartamento junto al mar. Formaba parte de una urbanización que a ella le pareció muy cuidada, con un bonito jardín lleno de césped y con una espléndida piscina en la zona central, junto a otra más pequeña para los niños. Cuando llegó a su habitación, se desvistió y se dispuso a llenar la bañera de agua caliente para relajarse tras el largo viaje. Después, se puso su ropa de turista y se sentó en el bar dispuesta a saborear un combinado.

 Allí le atendió Manuel, un joven camarero lanzaroteño con un inglés aprendido tras algunos años en contacto con los visitantes extranjeros que escogían este destino para pasar unas vacaciones inolvidables. Así, con la cara y los pies cansados, y enfundado en su uniforme con pajarita escogió a Carol para contarle cómo había cambado su isla, cómo cambiaron el agua salada por agua dulce y eso permitió a Manuel dedicarse al turismo que daba tanto dinero ¿fácil? Y dejar atrás, en el campo, a sus padres Gregorio y Dolores que hasta el fin de sus días no perdieron nunca el contacto con la tierra, sòlo esperando el milagro del cielo en forma de lluvia.

La peculiar agricultura isleña vino determinada claramente por la escasez de agua, y ha sido precisamente esa agua, ahora potabilizada, la que propició el Lanzarote que ahora tenemos. Un agua que nos cuesta cada vez más cara, y no me refiero a la factura que nos pasa Inalsa, esa empresa creada por los organismos públicos para gestionar una de las mayores riquezas de la isla. Su abundancia ha permitido construir miles de camas turísticas, crear cientos de puestos de trabajo, desbordarla en las expectativas de crecimiento demográfico, y por el camino se ha ido olvidando el campo, que los hizo tan especiales y genuinos, con auténtica denominación de origen.

 Hay agua, pero no hay ganas.. Y ahora sabemos que tener agua en Lanzarote contamina. El consumo de energía necesaria para desalarla supone cerca del 25% de la demanda total insular de electricidad.  Por eso, el Consorcio ha tomado la decisión de ser impulsor,dicen, de la nueva cultura del agua en el conjunto de la isla en donde prime el ahorro y la utilización responsable. Sin duda ellos, los campesinos, los grandes conocedores de la naturaleza, ya se habrían aliado con ella hace ya mucho tiempo. Con el viento, el sol y la fuerza del mar podrían convertir a Lanzarote en pionera en la utilización de las energías alternativas, aunque desconocieran por completo el significado de la expresión."




Nuria Magrans para Mass Cultura Diciembre 2007

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